¿QUÉ NO ES LA MEDITACIÓN?

 

 

Es muy probable que, antes de leer este artículo, hayas escuchado hablar ya de la meditación porque, en caso contrario, difícilmente estarías leyéndolo ahora. El proceso del pensamiento opera asociativamente y son muchas las ideas, algunas de ellas muy exactas y, otras mera tergiversación, asociadas a la palabra «meditación». Convendrá, pues, antes de seguir adelante, limpiar nuestros circuitos neuronales de algunas de estas ideas para que la nueva in­formación pueda circular sin impedimentos. Comencemos por lo más sencillo.

No vamos a enseñarte a contemplar tu ombligo ni a cantar sílabas secretas. No vas a tener que enfrentarte a demonios ni dominar ener­gías invisibles. Tampoco tendrás que raparte la cabeza, llevar tur­bante ni emplear cinturones de colores. Ni siquiera tendrás que re­nunciar a todas tus posesiones e irte a vivir a un monasterio. A menos que tu vida sea inmoral y caótica, ya podrías emprender, de hecho, la práctica con cierto éxito. ¿No te parece alentador?

Son muchos los libros que existen sobre meditación. La mayoría han sido escritos desde el punto de vista de una determinada tradi­ción religiosa o filosófica que sus autores, en numerosas ocasiones, ni siquiera se preocupan en señalar. Algunos de ellos realizan afirmaciones sobre la meditación que, pese a parecer leyes generales, no son más que protocolos concretos de un determinado sistema. Peor todavía es la amplia diversidad de teorías e interpretaciones disponi­bles, a menudo contradictorias. El resultado de todo ello es un autén­tico lío, una maraña de opiniones contrapuestas que suele ir acom­pañada de una masa de información extraña. La verdadera meditación te enseña a observar el funcionamiento de la mente desde una perspec­tiva serena y objetiva que te ayuda a profundizar en tu propia con­ducta. Su objetivo es agudizar tu conciencia hasta que sea lo sufi­cientemente intensa, concentrada y afinada como para penetrar en el funcionamiento interno de la realidad.

Son muchos los malentendidos existentes sobre la meditación.

Revisemos y desmintamos ahora, una tras otra, las ideas equivoca­das que pueden obstaculizar, desde el comienzo, el avance.

 

Error 1: la meditación no es más que una técnica de relajación

El equívoco gira aquí en torno a la expresión «no es más que» y es que, aunque la relajación sea una meta clave de la meditación, la meditación apunta hacia un objetivo bastante más elevado y esta es una afirmación que es aplicable a muchos sistemas de meditación. Todas las modali­dades de meditación subrayan la importancia de la concentración de la mente, posándola sobre un objeto o ítem de pensamiento. Si lo haces de un modo intenso y completo, lograrás un estado de rela­jación y beatitud profunda. Se trata de un estado de tranquilidad tan elevado que desemboca en el éxtasis, una forma de gozo que está por encima y más allá de todo lo que, desde nuestro  estado ordinario de conciencia, podemos experimentar. Este es el destino final de la mayoría de los sistemas meditativos. Por eso, cuando lo alcanzas, repites sencillamente la expe­riencia durante el resto de tu vida. Pero no es a eso a lo que aspira la meditación. El objetivo de la meditación es la conciencia, algo muy diferente. La concentración y la relajación son correlatos necesarios de la conciencia. Pero, por más que sean precursores ne­cesarios, herramientas útiles y subproductos beneficiosos, no cons­tituyen su objetivo. La meditación es una profunda práctica que aspira a la purificación y transformación de la vida cotidiana.

 

Error 2: la meditación es una forma de trance

De nuevo tenemos que decir aquí que, por más que esta afirmación resulte aplicable a ciertos sistemas de meditación, nada tiene que ver con la meditación. La meditación no es una for­ma de hipnosis. No pretende dejar la mente en blanco hasta alcanzar la inconsciencia, ni convertirte en un vegetal despojado de emocio­nes. Se trata, más bien, de todo lo contrario, de conectar más profun­damente con tus cambios emocionales. De este modo, aprenderás a conocerte a ti mismo con mayor claridad y precisión y advertirás, durante el proceso, ciertos estados que, si bien al observador pueden parecerle trances, son, en realidad, lo contrario. Durante el trance hipnótico, el sujeto puede ser controlado por otra persona mientras que, en el estado de concentración profunda, el control es suyo. Como ya hemos visto, la concentración profunda no es más que una herramienta, un hito en el camino que conduce hacia una conciencia más elevada. Por eso, si durante la meditación descubres que te quedas inconsciente, deberás preguntarte si realmente estás meditando.

 

Error 3: la meditación es una práctica misteriosa que no puede ser entendida

De nuevo estamos aquí ante una idea parcialmente cierta. La medi­tación tiene que ver con niveles de conciencia mucho más profundos que el pensamiento conceptual. Y es que, aunque algunas experien­cias meditativas no puedan ser descritas con palabras, ello no signi­fica que no puedan ser entendidas. Hay formas de comprensión más profundas que las proporcionadas por las palabras. Entendemos cómo caminamos, aunque probablemente no podamos describir la secuen­cia exacta de activación y contracción, durante ese proceso, de nues­tras fibras nerviosas y musculares. También la meditación debe ser entendida llevándola a cabo. No es algo de lo que podamos hablar o comprender en abstracto, sino algo que debe ser experimentado. Tampoco es una fórmula que automáticamente nos proporcione re­sultados predecibles, porque resulta imposible predecir exactamente lo que sucederá durante una determinada sesión. Cada sesión medi­tativa es una investigación, un experimento y una aventura. Lo cier­to, de hecho, es lo contrario porque cada vez que, durante la prác­tica, descubres una sensación de semejanza y predictibilidad, puedes estar seguro de que, en algún momento, te has desviado y te has metido en un callejón sin salida. Aprender a contemplar cada instan­te como si fuera el primero y único del universo es esencial para la práctica de la meditación.

 

Error 4: el objetivo de la meditación es el de promover las experiencias paranormales

  No. El objetivo de la meditación es el de desarrollar la conciencia. La meditación no aspira a desarrollar la telepatía ni la levitación. Su objetivo es la liberación. Es cierto que existe un vínculo entre los fenómenos paranormales y la meditación, pero se trata de una rela­ción más bien compleja. Durante los primeros estadios de la práctica meditativa, esos fenómenos pueden, en ocasiones, presentarse. Hay personas que experimentan comprensiones intuitivas o recuerdos de vidas anteriores, pero otras no. En cualquiera de los casos se trata, sin embargo, de fenómenos que no deben ser considerados capacida­des psíquicas fiables y bien desarrolladas, razón por la cual no hay que concederles demasiada importancia. Y, como se trata, por otra parte, de fenómenos muy atractivos, pueden resultar muy peligrosos para los principiantes. No es difícil que acaben convirtiéndose en un señuelo para el ego que te aleje de tu camino. Lo mejor que puedes hacer, por tanto, es no prestarles mucha atención. Si aparecen está bien y, si no aparecen, también. Hay un momento, en el proceso de cualquier meditador, en el que practica determinados ejercicios es­pirituales que desarrollan las capacidades paranormales. Pero esto es algo que sucede mucho más adelante. Solo después de haber al­canzado un estado muy profundo de relajación  se halla uno en condicio­nes de enfrentarse a esos poderes sin el peligro de verse desbordado por ellos y perder el control. El meditador los desarrollará con el único objetivo de servir a los demás. Pero esta es una situación que, en la mayoría de los casos, solo se presenta después de décadas de práctica. No te preocupes por ello y concéntrate sencillamente en desarrollar una conciencia cada vez mayor. Y si, a lo largo del pro­ceso, oyes voces o tienes visiones, toma buena nota de ellas y déjalas a un lado, sin prestarles más atención.

 

Error 5: la meditación es peligrosa y las personas prudentes deberían evitarla

Todo es peligroso. Un autobús puede atropellarte al cruzar la calza­da y también puedes resbalar en la ducha y romperte el cuello. Pro­bablemente, si meditas, debas enfrentarte a algunas cuestiones de­sagradables de tu pasado. Las cuestiones reprimidas pueden llevar enterradas tanto tiempo que su emergencia produzca miedo. Pero el proceso meditativo también puede resultar muy provechoso. Aunque no exista actividad despojada de riesgo, ello no implica que debamos encerrarnos dentro de un capullo protector. Eso no sería vivir, sino una forma prematura de muerte. El modo más adecuado de enfren­tarte al peligro consiste en saber lo peligroso que es, dónde es más probable encontrarlo y de qué modo debemos, si aparece, enfrentar­nos a él. La meditación tiene que ver con el desarrollo de la conciencia lo que, en sí mismo, no es peligroso, sino precisamente todo lo contrario, porque aumentar la conciencia es la mejor salvaguardia contra el peligro. Adecuadamente realizada, la meditación es un proceso muy suave y gradual. Por ello, su práctica lenta y pausada moviliza naturalmente el desarrollo. No tienes que forzar absolutamente nada. Cuando, en un estadio posterior del desarrollo, te halles bajo la supervisión y sabia protección de un maestro competente, podrás acelerar tu avan­ce asistiendo a retiros intensivos de meditación. Al comienzo, sin embargo, hay que tomarse las cosas con calma. Trabaja pausadamen­te y todo irá bien.

 

Error 6: la meditación no es para personas normales y corrientes, sino para santos y sadhus

Esta es la actitud imperante en Oriente, donde monjes y ascetas re­ciben una admiración parecida a la que Occidente otorga a las estre­llas de cine y a los deportistas de élite. Esas personas se idealizan y se convierten en estereotipos y se revisten de rasgos que muy pocos seres humanos pueden llegar a poseer. Occidente también contempla la meditación con una actitud semejante. Pero, por más que consi­deremos al meditador como una persona piadosa en cuya boca ni la mantequilla se atreve a derretirse, esa ilusión se disipa al menor contacto personal. Los meditadores suelen ser personas con mucha energía y entusiasmo, personas que viven su vida con una gran vi­talidad.

 Es cierto que la mayoría de los ascetas meditan, pero no es que mediten porque son santos, sino que, muy al contrario, son santos porque meditan. Es la meditación lo que les ha permitido llegar a ser lo que son. Empezaron a meditar antes de ser santos porque, de otro modo -y este es un matiz muy importante-, jamás hubiesen llegado a serlo. Es un error muy habitual creer, como hacen muchos princi­piantes que, antes de empezar a meditar, la persona debe ser comple­tamente moral.

Pero conviene recordar que uno de los requisitos de la moralidad es cierto grado de control mental. Resulta imposible, en ausencia de cierto grado de autocontrol, atenerse a un conjunto de preceptos morales sin un mínimo de autocontrol, y este es muy im­probable si tu mente no deja de dar vueltas como un trompo.

El pri­mer paso, pues, pasa por el cultivo de la mente. Tres son los factores integrales de la meditación: morali­dad, concentración y sabiduría; tres factores que van desarrollándose simultáneamente en la medida en que la práctica se profundiza.

Cada uno de ellos influye en los demás, de modo que no se cultivan aislada, sino simultáneamente. Cuando uno posee la sabiduría ne­cesaria para entender por completo una situación, experimenta una compasión automática por todos los implicados y ello significa que su conducta es completamente ética, es decir, que se abstiene de for­ma automática de cualquier pensamiento, palabra o acto dañino para los demás. Solo creamos problemas cuando no entendemos las co­sas, y solo nos equivocamos cuando somos incapaces de predecir las consecuencias de nuestras acciones. Quien no quiere empezar a me­ditar hasta no ser completamente moral, está esperando inútilmente. Los antiguos sabios asimilaban a esa persona a quien no quiere ba­ñarse en el océano hasta que este se quede quieto.

Conviene, para entender más a fondo esta relación, diferenciar tres niveles distintos de moralidad. El nivel inferior consiste en asu­mir un conjunto de reglas y normas establecidas por una autoridad externa, con independencia de que se trate del Estado, de un profeta, del jefe de la tribu o del padre.

Lo único que, en este nivel, tienes que hacer consiste en conocer las reglas y atenerte a ellas, sin importar quién las haya establecido. Eso es algo que podrían cumplir, si fuesen lo suficientemente senci­llas y se les castigara cada vez que las transgredieran, un robot y hasta un chimpancé amaestrado. No es necesaria, en ese nivel, me­ditación alguna, lo único que se precisa son reglas claras y alguien blandiendo un palo con el que amenazar a quienes las incumplan.

El siguiente nivel de moralidad consiste en obedecer las reglas aun en ausencia de alguien que amenace. Entonces obedeces las re­glas porque las has interiorizado y te castigas cada vez que las trans­gredes. Este es un nivel que requiere cierto grado de control mental. Pero si tu pauta de pensamiento es caótica, también lo será tu con­ducta. Por eso el cultivo de la mente reduce el caos.

Existe un tercer nivel de moralidad que podríamos llamar «ético». Este nivel supone, con respecto a los anteriores, un auténtico salto cuántico, un cambio completo de orientación. En el nivel de la ética, la persona no se atiene a las normas inflexibles establecidas por la autoridad, sino que elige su propio camino dictado por la aten­ción, la sabiduría y la compasión. Este nivel requiere de una gran inteligencia y de la capacidad de tener adecuadamente en cuenta todos los factores concurrentes para responder a cada situación de manera única, creativa y apropiada. Además, el individuo que adop­ta este tipo de decisiones debe haberse despojado de su propio punto de vista personal y contemplar la situación desde una perspectiva objetiva, otorgando el mismo peso a sus propias necesidades que a las necesidades ajenas. Dicho en otras palabras, debe estar libre de la codicia, el odio, la envidia y el resto de impurezas mentales que nos impiden contemplar las cosas desde la perspectiva de los demás. Solo entonces podremos elegir las acciones concretas más adecua­das a esa situación y ese es un nivel moral que, a menos que uno haya nacido santo, necesita de la meditación. No hay otro modo de adquirir esta capacidad. Este nivel requiere un proceso de discrimi­nación exhaustivo. Fracasaríamos si tratásemos de tener en cuenta, con nuestra mente consciente, todos los factores implicados en cada situación, porque nos sobrecargaríamos. El intelecto no puede tener simultáneamente en cuenta tantas variables. Por suerte, existe un nivel de conciencia mucho más profundo que puede llevar a cabo con facilidad este tipo de procesamiento. Esto es algo que, por más ex­traordinario que pueda parecer, queda dentro del alcance de la meditación.

Supongamos que, un buen día, tienes un problema como, por ejemplo, entender el último divorcio del tío Herman. Parece un problema insoluble, un amasijo de «quizás» que acabarían provocando dolor de cabeza incluso al mismo rey Salomón. Al día siguiente, sin embargo, mientras estás limpiando los platos y pensando en cual­quier otra cosa, en tu mente aparece (¡eureka!) la solución. Sencillamente aflora, dices, «¡Ajá!» y todo está resuelto. Este tipo de intuición solo puede presentarse cuando nos desconectamos de los procesos lógicos y le damos a la mente profunda la posibilidad de encontrar una solución. La mente consciente solo estorba, mientras que la me­ditación nos enseña a desconectarnos de nuestros procesos raciona­les de pensamiento. La meditación es el arte de dejar de convertirnos en un obstáculo, una habilidad que resulta muy valiosa en la vida cotidiana. No es una práctica irrelevante, exclusivamente destinada a ascetas y ermitaños, sino una habilidad práctica que se centra en los acontecimientos cotidianos y tiene aplicaciones inmediatas en la vida de todos los implicados. La meditación no tiene absolutamente nada de «ultramundano». Por desgracia, sin embargo, este mismo hecho constituye, para algunos estudiantes, un impedimento. Emprenden la práctica espe­rando que un coro de voces angelicales les anuncie de inmediato alguna revelación cósmica. Pero lo que la meditación suele propor­cionar es una forma más eficaz de tirar la basura y de relacionarte con el tío Herman. Esas personas se desalientan innecesariamente. Lo primero que aparece es la cuestión de la basura. Lo de los coros angelicales requiere más tiempo.

 

 Error 7: la meditación es una forma de escapar de la realidad

Esta es una idea completamente equivocada. La meditación consiste en sumergirte de lleno en la realidad. La meditación no nos aísla del dolor de la vida, sino que nos permite ahondar en todos sus aspec­tos hasta atravesar la barrera del dolor e ir más allá del sufrimiento. La meditación es una práctica concebida con la intención concreta de enfrentarte a la realidad, de experimentar plenamente la vida tal cual  es y de enfrentarte a todo lo que encuentres. Nos permite reventar todas las burbujas de las ilusiones y liberarnos de las mentiras que nos decimos de continuo. Lo que está ahí está ahí. Tú eres lo que eres, y mentirte sobre tus debilidades y motivaciones no hace más que intensificar tu ceguera. La meditación no consiste en el in­tento de olvidarte de ti mismo y ocultar tus problemas, sino en apren­der a verte exactamente tal cual eres y aceptarlo plenamente. Solo entonces podrás cambiar.

 

Error 8: la meditación es un método para alcanzar el éxtasis

Sí y no. Aunque haya veces en que la meditación genera sentimientos extáticos y amorosos, ese no es su objetivo ni tampoco es algo que ocurra siempre. Si meditas, además, con ese objetivo, es menos pro­bable que suceda que si lo haces por el sencillo propósito real de la meditación, que es el de aumentar la conciencia. La beatitud es un resultado de la relajación, Y la relajación consiste en la liberación de la tensión. Buscar la beatitud durante la meditación introduce tensión en el proceso, lo que obstaculiza toda la cadena de acontecimientos. Esta es una situación paradójica, porque uno solo puede esperar la beatitud cuando no la busca. El éxtasis no es el objetivo de la me­ditación, y por más que, en ocasiones, aparezca, debe ser considera­do como un subproducto. En cualquiera de los casos, se trata de un efecto colateral placentero cuya frecuencia de aparición aumenta en la medida en que uno medita. No escucharás, de labios de los meditadores avanzados, ninguna queja al respecto.

 

Error 9: la meditación es una actividad egoísta

O eso es, al menos, lo que parece. Ahí está el meditador, sentado en un cojín, sin hacer nada. ¿Está donando sangre? ¡No! ¿Está ayudando a las víctimas de alguna catástrofe? ¡No! ¿Cuál es, pues, su motiva­ción? ¿Y por qué está haciendo eso? La intención del meditador es la de limpiar su mente del miedo, los prejuicios y la hostilidad, y está activamente comprometido en el proceso de desembarazarse de la tensión, el egoísmo y la insensibilidad que obstaculizan su compa­sión por los demás. Y, mientras no lo consiga, cualquier buena acción no será más que una extensión de su ego y, en suma, de poca ayuda. Dañar en nombre de la ayuda es uno de los juegos más antiguos del ser humano. El Gran Inquisidor esgrimía, para justificar sus actos, los más elevados motivos, mientras que los juicios de la caza de bru­jas de Salem se celebraban, presuntamente, en aras del «interés pú­blico». Si examinas las vidas personales de los meditadores avanza­dos, descubrirás que, en muchos casos, están comprometidos con el servicio humanitario. Pero rara vez los descubrirás como cruzados o misioneros prestos a sacrificar a otros en nombre de la propagación de ideas supuestamente piadosas. El hecho es que somos mucho más egoístas de lo que habitualmente imaginamos. El ego tiene la capa­cidad, si se le deja, de convertir en basura hasta los más elevados ideales. Pero la meditación nos permite cobrar conciencia de noso­tros tal cual somos y de despertar a las numerosas y sutiles formas en que actuamos movidos por el egoísmo. Entonces es cuando empezamos a ser genuinamente desinteresados. Despojarse del egoís­mo es, en suma, la menos egoísta de todas las actividades.

 

Error 10: meditar consiste en sentarse a pensar en cosas sublimes

De nuevo esta es una idea equivocada. Aunque ciertamente existen formas de contemplación que apelan a ese tipo de cosas, la meditación está muy lejos de ello. La meditación es una práctica de conciencia que nos permite advertir lo que ya está ahí, independientemente de que se trate de la verdad suprema o de una verdad trivial. Lo que está ahí, está ahí. Es obvio que pueden presentarse, durante la prác­tica, pensamientos elevados. Y aunque en modo alguno hay que evi­tarlos, tampoco debemos buscarlos; son meros efectos secundarios placenteros. La meditación es una práctica muy sencilla. Consiste en experimentar directamente los acontecimientos de la vida, sin prefe­rencias ni imágenes mentales añadidas. Consiste en adver­tir, sin distorsión alguna, el despliegue de la vida instante tras ins­tante. Lo que surge, surge. Así de simple.

 

Error 11: Todos mis problemas desaparecerán en un par de semanas de meditación

La meditación, lamentablemente, no es una panacea. Es posible que empieces a percibir cambios ahora mismo, pero hasta pasados varios años, no advertirás sus efectos profundos. Así son las cosas. No hay nada que merezca la pena que se logre de la noche a la mañana. La meditación es, en cierto sentido, difícil, porque requiere una larga disciplina y un proceso de práctica que, en ocasiones, resulta muy doloroso. En cada sentada lograrás resultados, pero a menudo son muy sutiles. Se dan en lo más profundo de la mente y se manifiestan mucho más tarde. Y si estás sentado esperando la aparición de cambios radicales inmediatos, no prestarás la suficiente atención a los cambios sutiles. Quizás entonces te desilusiones y renuncies creyen­do que tales cambios nunca ocurrirán.

La paciencia es la clave. Sé paciente. Si no aprendes nada de la meditación, al menos aprenderás a ser paciente. La paciencia resulta esencial para cualquier cambio profundo.

 

 Extraído del libro «El libro del Mindfulness» de Bhante Henepola Gunaratana

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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